miércoles, 13 de julio de 2011

Semen escarchado

El astronauta está muy concentrado en la tarea de reparación. No mandan a un tipo al espacio para que esté rascándose los cojones, cada minuto que está ahí arriba cuesta un dineral: el astronauta lo sabe. Siente que hay miles de millones de ojos fijos en él, nosotros sabemos que ésto no es posible, no hay nadie fijándose directamente en los astronautas; pero ellos tienen el planeta entero a sus pies, mientras trabajan. Es una forma perversa de miedo escénico, entendedlo: pueden ver áfrica y américa al mismo tiempo, y creen que áfrica y américa les devuelven la mirada. Sienten la mirada de millones y millones de ojos hambrientos que les piden cuentas. Por eso el tipo se afana en reparar lo que sea que está reparando ahí arriba, digamos que hay un manguito roto en la estación espacial y él lo está arreglando.

El caso es que es una sensación muy poderosa la de flotar por el espacio. Muy excitante. No es cosa de todos los días, eso de pasearse fuera del planeta. A nuestra generación, criada al calor de la NASA y sus euforias, puede parecernos normal, pero la exploración espacial es en realidad un magnífico alarde, comparable al saltar de un balcón a otro todo borracho, o a hacer caballitos con una moto de gran cilindrada. Los cohetes que mandamos al espacio son las pirámides de hoy día, son las erecciones de esta especie adolescente que acaba de descubrir lo que pasa si se la agarra y menea muy fuerte.

Todo esto pasa por la mente del astronauta. Se le ha nublado ya el juicio, apenas puede prestar atención a la rosca del manguito, tiene la polla tiesa como una estaca, hace bulto incluso a través de las infinitas capas del traje, y no puede pensar más que en correrse en medio del espacio. Toda esa noche negra y gélida, ese vasto campo de muerte estelar, él quisiera irrigarlo, impregnar de vida el universo.

Dando la espalda al planeta, aún con miedo de que puedan verle, ha empezado a tocarse. Ya sabéis cómo, el tipo lleva una aparatosa escafandra, pero es igual que cuando te la agarras vistiendo un pantalón vaquero grueso, hay que apretar fuerte para notar algo, pero el travesaño está claramente ahí.

Empieza a darle igual que áfrica y américa puedan verle. Se está frotando como un loco, visto desde fuera parece más bien una mujer masturbándose, pero haceos cargo del grosor del traje espacial. Traje que por cierto puede abrirse: no mucha gente lo sabe, pero las escafandras de los astronautas tienen cremallera. No una sola, hay varias capas, con botones y velcros también, pero el caso es que puede abrirse. Para entonces lo que él ya no puede es evitarlo: se la saca, y en ese mismísimo supremo instante se corre. Ebrio de satisfacción, intenta torpemente cerrar una a una todas las capas del traje, pero lo cierto es que ya no siente nada entre sus piernas. Un frío seco le ha anestesiado: el mismo vacío del espacio que le ha chupado la polla hasta dejarla azul, el mismo infinito que ha recibido ese impetuoso coágulo de semen enseguida congelado, ese pequeño árbol de hielo que se aleja poco a poco, girando lentamente sobre sí mismo.