lunes, 23 de agosto de 2010

Dos sueños

Siempre que recuerdo mis sueños los escribo, aunque raras veces llego a publicarlos. A menudo contienen elementos que no significan nada para otras personas, o soy incapaz de transcribir exactamente lo que ha supuesto soñarlos. Estos dos los padecí la otra noche, el primero me hizo despertar, pero aún no había amanecido, así que me quedé dormido otra vez y tuve el segundo.

Primero, una entrevista de trabajo en la sede de aquel grupo mediático donde ya estuviera empleado un cierto tiempo. En el sueño es distinto, claro, es también un enorme edificio de oficinas, pero más amplio y luminoso, con multitud de rampas y escaleras que conectan las diferentes plantas entre sí. Llevo puesto mi traje, mi único traje, uno gris oscuro que en la vida real ha de servirme tanto para bodas como para entierros. La entrevista ha ido bien, parece que hay suerte, parece que me cogen, pero no me voy después, no sé por qué me quedo por allí. Es una mala idea porque al rato aparece la jefa, sé que es la jefa aunque sea una desconocida, y me comunica que no estoy cualificado para el puesto, me han investigado y han descubierto que no tengo titulación suficiente. Perplejo por este cambio de opinión intento rebatir su idea, aduzco mis años de experiencia en puestos parecidos, sostengo los papeles, hay siempre muchos papeles involucrados, pero por primera vez (o así me lo parece) me fijo en el puesto: celador a cargo de las sujeciones.

En el otro sueño estoy de juerga por la calle y me encuentro con uno de esos elementos que no pueden significar nada para otras personas pero que intentaré describir: está buenísima, sigue siendo esa morena delicada de piel blanca, pequeños ojos negros y boca carnosa, parece más joven incluso. Hay una química brutal mientras hablamos, apenas nos hemos visto se ha encendido un fuego en nuestro bajo vientre del que ambos somos del todo conscientes; sin embargo, tal vez para acrecentar y saborear ese incendio, mantenemos las formas. La charla es insulsa y directa al mismo tiempo, enseguida se ofrece a darme sus datos de contacto, y la frialdad de estas palabras no hace ninguna justicia a todo lo que late subterráneo, ambos sabemos que esos datos de contacto son el primer paso de un proceso que inexorablemente se consumará en forma de sexo salvaje y lleno de ladridos. Mira su móvil y yo apunto en el mío lo que me va diciendo, sus datos de contacto, secuencias de tres o cuatro letras sin ningún sentido: C M Q R. M F E.