lunes, 11 de agosto de 2008

¡A Reventar!

Llevado por el aburrimiento, asediado por el calor en este cuarto donde el aire sudado y paposo da vueltas y vueltas sobre sí mismo, empujado por un ruidoso y vago ventilador, me doy al vicio de la pereza y la inacción. Engullo, tirado sobre el colchón, mientras hago repaso de la pila de películas que acumula polvo en mis estantes. Sin parar, total para qué, me veo del tirón mad max, una noche en la ópera y la matanza de texas, todo revuelto sí señor. Comida china, otra vez, no fallan éstos, en diez minutos está el timbre sonando: tenga el billete, y las monedas. Y cuando se va el chinito, buscando como loco a la gata ¿dónde está? A ver si la ha raptado el miserable, que ya me sé yo lo que de cerdo tiene el agridulce, pero no, ahí está, agazapada debajo del armario, bien escondida. No le falla, el instinto.

Pues eso, a tragar. Al día siguiente ya no me queda otra que bajar, maldiciendo mi nevera vacía. Pero de hacer compra nada, que es domingo. No. A la tienda, a por cerveza. Dos, mínimo, para cenar. También tienen películas, purita escoria, cómo no, y bastante cara además. Es igual: a la cesta, y se paga religiosamente, sólo faltaba. Luego, cruzando la acera, dos hamburguesas y dos de patatas. Ya tengo cena. Y vuelta a tirarse al colchón, vuelta a tragar, sin parar, y a sudar ¡Así sí! Da gusto, llenarse el buche, y la cabeza, se acaban de golpe todas las penas y preocupaciones, asfixiadas por el bolo alimenticio. Así me aturdo el alma, sí señor, a golpe de carne de vacuno, o de bakunin, vaya usté a saber, pero es que me da igual, sea de rata o cabra montesa, carne es. Y sangra ketchup a cada mordisco.

Lo tengo decidido: ya no salgo más de casa. Me dedico a hincharme, sin medias tintas, hasta reventar. Y no paro, ojo. Cuando me veo repleto, que más no cabe, me revuelvo un poco, me pongo de lado haciendo crujir el somiér y los muelles del colchón, y no tarda en salir el pedo, o el eructo. ¡Ya hay sitio! Es un milagro, la anatomía. En lo que tarde en llegar el chino hago hambre y todo.

Sus empanadillas, de ésas me puedo atiborrar y aunque me caigan los lagrimones no paro. ¡Qué ricas! ¡Venga a tragar! Rollitos a puñados. El arroz no, que no sabe a nada, tallarines, pase, pero sobre todo cerdo agridulce, pollo al limón, ternera con bambú, engullo las tarrinas sin cubiertos ni nada, que eso es de maricas o afrancesados. Me chorrean las salsas por la barbilla, me pringan el pecho sudado, resbalan hasta las sábanas. ¡Es igual! Ese rollo de la higiene y el orden no son más que pamplinas, melindres de afeminado que a mí me la sudan ¡vaya que sí!

Cruje, el somiér, cada vez más. Pido un par de pizzas, qué gran invento, el celular. No tengo ni que levantarme del colchón, que cada vez chirría más, se doblan, las patas de la cama, entre los restos de basura. Tarrinas vacías, bolsas de papel arrugadas, envoltorios de hamburguesa, pero de comida ni rastro, aquí no se hace desperdicio y todo lo engullo. Y para que la dieta audiovisual esté a la altura, me expongo a una ráfaga continua de cine basura, anda que si tuviera que buscar calidad ¡iba listo! Moriría inane, no hay duda. Así que nada, habrá que hacer el cuerpo y el cerebro, amoldarlo a los tiempos que corren. Así es, la vida moderna. Los cuatro fantásticos, la guerra de los mundos, van helsing, serenity, doom, todo deuvedés que he comprado en la misma tienda donde me hice con las cervezas, a puñados los cogí y los eché a la cesta, sin respeto alguno ¡Sólo faltaba! Lo pago, luego es mío para limpiarme el culo con ello, si quiero.

Pero hay que seguir, y después de las pizzas, kebabs, que también me los traen a casa. Ya ni cierro la puerta, para que puedan entrar los repartidores directamente a mi cuarto. ¡Qué caras de susto, al verme! Y qué ataques de risa, los míos, peligrosísimos, con la panza así de llena. Pero es igual, porque el dinero lo suelto a puñados, toma billetes, lo que falte lo coges de ese bote pero acércamelo, el pollo asado, pónmelo aquí en la barriga, que me voy a poner hasta arriba ¡y quita ya esos cubiertos de plástico y servilletas de papel! Cuánta tontería...

La noto, la grasa, el aceite, las salsas, los tropezones de todo, atiborrándome las venas, embotándome la cabeza. A punto de llorar salsa tártara, estoy ¡sudo mayonesa! Y encima el cielo clarea. Despunta el lunes, pero eso no va a interrumpir mi gula desbocada. Ni espero a que me llamen: soy yo mismo quien advierte que hoy no voy a trabajar, que yazco inflado, aplastando el catre, cebado como un puerco, gordo como campana catedralicia, y al otro lado de la línea el jefe aplaude mi entusiasmo y decisión. ¡Todo un ejemplo! me dice que soy ¡Así se levanta el país! ¡Así se afronta una crisis! Con aplomo y valentía, gastando y gastando, que corra el dinero. Me limpio la salsa barbacoa con los billetes de a cinco y luego pago. Y siempre la misma respuesta: ¡Sí señor, y cómo no! Lo que usté mande, se lo traemos.

Se corre la voz y al rato está allí la tele, y muchedumbres que me piden autógrafos. ¡Bravo! Me aclaman, mártir de hoy en día, campeón de los tragaldabas. A mediodía viene el Rey, a ponerme una banda, y el alcalde, con la llave de la ciudad. ¡Un héroe, soy! ¡Todo lo dilapido! Que no cese, el fluir monetario, abajo la racanería y la avaricia, hay que gastar, consumirlo todo, cuanta más mierda ¡mejor! Si entra basura, menos ha de trabajar el organismo para producir excrementos. Ergo: vivir así ha de ser sano ¡A la fuerza!

El Rey me ha traído torreznos, los cuales al parecer ha elaborado su mismísima señora, reina mía a la sazón, y tienen una pinta aceitosa que da gloria verlos, ya ni están crujientes de puro churretoso, las pompas que hace la piel del marrano frito están rellenas de grasa líquida, y es morderlo y ¡chof! en la cara de su majestad, todas las cámaras retratan el saber estar y la campechanía con que se limpia la faz.

En este apogeo estoy cuando un tremor inenarrable, que parece proceder del mismo centro de la Tierra, invade mi intestinidad. Un vértigo místico me arrebola las mejillas de cerúlea palidez, gorgorismos y tribulaciones estomacales resuenan por la mi casa y mi barrio, silenciando como en misa a la multitud al efecto congregada.

Ay, que me viene…

Y se me va. Por la patilla, por arriba, por abajo, madre mía, el odre se vacía sobre las eminencias que me hacen consorte ¡Qué experiencia anatómica inigualable, el desinflarse! Magnífica pedorrera, vomitona hercúlea, épica cagalera, todo ello aspersión de bituminosos mucílagos, unicidad multicultural donde el kebab, el rollito, la chisbúrguer, la pizza y el falafel se han fusionado y se expanden, hermanados, por todas las direcciones del espacio.

Escuálido de nuevo, vaciado, fláccidos y estriados los pellejos, recibo la llamada del jefe, que mañana sin falta, y es su voz agria. Ya no me aman. Ya no soy el glotón mastodonte que admiraban, la fuerza de la naturaleza que les dejaba el plato, las huertas y los ranchos limpios, expeditos, vacíos de toda cosa.

Los ecos de un postrer y enorme pedo resuenan por todo Madrid, desgarrador y magnífico aullido del héroe que pudo ser y no fue.

A partir de mañana, a consomés.