miércoles, 16 de julio de 2008

Treinta monos chorongos

Así es. La treintañez me cogió en casa, por sorpresa y de resaca, con las canas ásperas y despeinadas. Y las manos callosas. La espalda, toda velluda. Achaques, venas y pelos retorcidos brotando de mis orejas, juguetones ¡riéndose de mí!. Toses. La voz grave, digna de camionero ucranio. En suma: un hombre, hecho y deshecho no sé cuántas veces ya. Adulto. Sin paliativos.

Llamó, digo, la treintañez, al timbre de abajo y qué estruendo del demonio, esa chicharra mecánica que tengo por telefonillo me perforaba el cerebro, putrefacto merced a la severa ingesta de güisquis que hice la víspera.

Güisquis con coca cola, sí. Hay que escribirlo así, porque whiskey suena digno y señorial. Nada más lejos de la sucia y chapoteante realidad. Sucio, el cerebro, enfermo. De celebrarlo, los treinta. Oigo como un zumbido. De fondo. Todo el rato.

El timbre de casa es aún peor. No es un sonido, es un impacto acústico, como aquel arma de ultrasonidos que pergeñara el bueno de Tornasol. Pero esta se oye, tú, un escopetazo que no se apaga hasta que sueltan el botón. Para cagarse.

Y cuando abro para cantarle las cuarenta a la treintañez, veo que no es ella sino un chino, que me trae la comida. Mi comida de cumpleaños: un menú Familia Feliz que luego engullo en el sofá, sudando el calzoncillo. Pero antes hay que regatear.

-No llevo más suelto…
-Falta dos euro.
-Es mi cumpleaños…
-¡Felicidades! Pero falta dos euro.

Esta raza milenaria nos lleva siglos de ventaja. Al final consigo pagar porque había mangado la víspera, cuando lo de los güisquis, unos eurillos de no sé qué colecta. Sí, lo sé, soy un miserable. Y estoy cansado de serlo, pienso “he de corregirme”. Parece que finalmente la treintañez logró descargarme su colleja en un descuido, obligándome a considerar qué es lo que hago con mi vida, si es que hago algo. Este intolerable arrebato de sobriedad y lucidez ha originado un pequeño debate en mi diminuto cráneo, por el que he intentado dilucidar el posible norte que tuviere mi existencia:

-No entiendo este mail, la pregunta es vaga, confusa. Hacer algo con la vida… ¿Qué es eso? Se refieren a lo que se hace cada día, imagino. Visto que no queda otra que pagarse el techo y la pitanza, supongo que el tiempo que se pasa uno en el currele lo hay que descontar, esa vida no cuenta…
-Yo de trabajo no hablo, salvo en forma de alegoría náutica.
-Pues si deducimos ese tiempo, más el que se emplea, mal que bien, en dormir, nos sale a declarar este monto de horas a la semana.
-¿Esta mierda?
-Es lo que hay.
-Pues es un insulto y la prueba irrefutable de que esta civilización se merece todo lo malo que le pase.
-No vamos a discutir ahora por eso. ¿Qué pongo entonces? Es que sigo sin entender la pregunta. ¿Cómo que qué hago con la vida? ¿Acaso se puede hacer algo?
-Nada serio, desde luego. Porque lo de enchuzarse uno hasta el vómito, o perder horas viendo bodrios audiovisuales, o con jueguecitos informáticos u otros ramplones simulacros y tristes substitutos como la pornografía, eso huele lo suyo…Es cierto que, puestos en situación, a todos estos espectros pasatiempos los podemos dar por enterrados junto al vigésimo nono año. Pero ¿qué nos queda? Porque el rollito éste de treintañero ¡Es infumable! Hay que decirlo bien claro: lo de la novia y los hijos no son proyectos serios. E insisto, el ocio no es más que una estafa. Todas las propuestas que la sociedad ofrece no son más que nichos fúnebres, ocupaciones erráticas y absorbentes que impiden al espíritu humano alzar el vuelo y trascender hacia el más elevado fin que le pueda convenir, a saber: el intenso fornicio.
-Las negras tienen el culo distinto, no sé si os habréis fijado. Se les caen hacia arriba, los jamones. Es la leche.
-Cállate, tú.
-¡Pero ni con ésas! Dormir acompañado… ¿Quién puede aguantar semejante lata? Otra persona, ahí, todo el rato, dando la vara…¿Y a qué más puede uno dedicarse?
-Uno pudiera darse a la bebida.
-Que te calles, te digo.
-A la bebida ya le damos, nos. Y a comer, que tampoco está mal. Cuando se hace bien, claro, porque de un tiempo a esta parte sólo nos alimentamos de entes plastificados, pollo de oferta que se pudre según lo cocinas, salchichas con queso a las que el fuego no hace mella, chistorras nauseabundas, garbanzos carbonizados en el fondo de una olla, aceite en las paredes, goteando del techo, grasas saturadas que al ser respiradas solidifican sobre mis alveolos pulmonares y crecen lentamente, coral untuoso que me infla las entrañas. Residuos por litros corriendo por mis venas, bullendo en mi interior, carne de pollo industrial, pálida, tumefacta, indigerible, los pedacitos tal cual, nadando a braza intestino abajo, intacto el código de barras.
-Se me ocurre… No sé si esto…
-¿Cómo ésto?
-Sí, hombre, ésto...
-¡Acabáramos! ¡Ya salió el artista! ¿Hablas de la mierda blogociénaga, este charco de ranas donde todo el mundo croa sin criterio ni objetivo? La masa hablándole a la masa ¡menudo plan! Burdo cotorreo, ensordecedor despropósito, apoteosis de futilidad, coito interrupto del alma, vertedero universal donde los enfermos del mundo desaguamos nuestras heces del espíritu. Todo eso no es más que una solemne pérdida de tiempo, un insulto a la épica y síntoma evidente de que en este país se trabaja poco y mal. ¿Puedes creer que hubo al menos un individuo que llegó a este bló buscando en gúguel En el mundo ¿cuántos monos chorongos quedan? ¿Es serio, ésto? ¿Puede creerse que sea nuestro fin en la vida? ¡Paparruchas!
-Bueno, entonces ponemos No hacemos nada, nos, con esta vida, defectuosa a todas luces. Pasar el rato, que ya es bastante. Ruego se abstengan de venir a joder con preguntitas en el futuro.
-Así, sí.
-Bueno. Le doy a "enviar".
-Dale.
-Pero, al final ¿cuántos monos chorongos quedan?
-¡Que te calles!