martes, 10 de junio de 2008

Me cago en el cine

Escribo por primera vez desde mi mesa de esclavo, porque reviento de puro asco ante lo que ven mis ojos. La mi jefa, quien finalmente abandonará el barco hundiente en un par de semanas, se ha buscado sustituto y no podría ser peor: un rapado vagamente parecido a Kaiser Xosé, aunque en basto e idiota. Ambos resultan ser pedantes sacos de presunción, vanidad y risas bobas, y provocan en mi intestinidad fuertes accesos de bilismo y otras aberrancías. Por si esto fuera poco, este fin de semana me veo obligado a trabajar, en flagrante violación de todo pacto social o ginebrina convención.

Si bien por separado la mi jefa no revelaba este carácter en extremo repulsivo, en compañía de este su amigo enchufado se dan a estupideces y narcisismos, como hablar en inglés con relamido acento y pésima gracia, o soltar risitas propias de costosa y decadente putilla. Por ello ahora tecleo furioso, y los muy bobos me toman por eficiente chupatintas, me creen atareado cuando en realidad estoy volcando en este sumidero virtual las mis heces del espíritu, los violentos sarpullidos y bubónicas erupciones que su intolerable naturaleza me provoca.

Efectivamente, las cosas no van mejor en el barco hundiente. Después de insinuar al untuoso comodoro que era un imbécil digno de ser abofeteado hasta el coma, éste confirmó mis temores: se me abandonaría a mi suerte en el primer islote con que se topara la maltrecha nao. Esto era una manumisión relativa, lo que se viene entendiendo por saltar de la perola al fuego, de modo que no estaba yo del todo feliz. Como ya digo, la muy zorra se ha buscado un sustituto, un amigo de su pandilla de gentuza creída y elitista, que resulta ser aún peor vendedor que yo. Pondré un ejemplo, verídico como todo lo que relato: ofrecía un título en concreto a otro filibustero que traficaba con televisión de pago, utilizando este maloliente argumento: el protagonista de la penícula era un tipo ordinario, lo cual sin duda agradaría a la audiencia típica de la televisión de pago, a quienes por alguna razón presuponía chusma también ordinaria e inafeitada. Este cinismo que literalmente transcribo provocó que un nuevo gorjeo de córvidas risas manara de sus pútridas gargantas, pero apenas callaron la mi jefa le advirtió que en el futuro debía mostrarse más bien blandengue y zalamero, y acariciar con cariños, empalagos y convites a quienes quisiere estafar.

Yo, mientras tanto, hacía misiones de correveidile, ora falsificando un documento por el que se nos otorgaría una sustanciosa ayuda pública, ora acudiendo como la otra tarde a la morada oficina de un presunto reportero de origen inglés, que hacía honor a la fama de borrachuza energumenez que precede a los hijos de la pérfida Albión por donde quiera que vayan.

Cayóme simpático el vejete, pues me recibió en chándal y con manchas amarillentas en la comisura de los labios, cual si hubiere estado trasegando Betadine. Andaba cojo pues al parecer habíale pasado un coche por sobre el pie mientras paseaba por el mismo mercado francés donde unas semanas atrás hubiéramos aparcado a la mi jefa. No era de Kentucky sino británico, como digo, pero aún así recordóme al ya manido señor Hunter S. Toshiba, que también ejerciera el periodismo sórdido y alcohólico en un país extraño. Cayóme por tanto simpático, y compadeciéndome de la cojera que le impedía estar a la altura del su apodo “Johnnie Walker”, bajé a comprarle un paquete de tabaco, acción caritativa del día que este individuo prometió recompensar invitándome a un copón en un evento que tendrá lugar este mismo fin de semana, y donde por mandato expreso de la mi jefa me veo obligado a acudir para fingirme risueño amigo de los potenciales clientes, a los cuales deberé acompañar por distintos antros y tugurios de la madrileñidad, en comandita con la mi jefa y su cipote substituto. Va a ser titánica tarea el contenerse las ganas de aporrear con vidrio roto o palo de billar sus pomposos y decadentes rostros.