lunes, 21 de abril de 2008

Un hombre de provecho

Los acontecimientos se han atropellado en su suceder, y sólo ahora tengo tiempo de recapitular. Después de aquel conato laboral en que conocí al magnífico ejemplar de envra joven, cuyo número por cierto aún conservo, no sé ni cómo acabé en un curso del paro, una vez más en pleno extrarradio. Pero allí tampoco duré, siendo la atmósfera sórdida y en extremo sospechosa, en cuanto me llamaron para emplearme en mi antigua empresa, aquella donde tuvo lugar mi sentencia de beca, acepté encantado, creyendo que acaso me esperaba un destino mejor, y en cualquier caso celebrando que por fin tendría algún tipo de ingreso. Soy famoso entre mis amistades por poseer un talento fuera de serie para el ahorro, y es que soy capaz de remendar hasta la más mugrienta y carpantesca de las botas con tal de llevarla un mes más, hago oídos sordos a las goteras de mi casa e ignoro con elegancia y saber estar los sietes de mis pantalones que dejan al descubierto mi ropa interior, cuando no mi genitalidad.

Habida cuenta de todo ello, se entenderá enseguida que en mis manos un sueldo mediocre se transforma como por ensalmo en una pequeña fortuna. Ropa nueva, coche nuevo, zapatos nuevos, cortes de pelo, operaciones bucodentales, gafas nuevas… ¡Pamplinas todo ello! Gastos perfectamente superfluos, engañabobos que sólo pueden hacer presa en víctimas potenciales del tocomocho; en suma: dispendios injustificados en los que un hombre cabal y juicioso no debe caer.

Pero el caso es que aún no he pensado qué salida dar a mi pequeño capital. Cuando lo tenga, claro, de momento, tras apenas dos semanas de trabajo, lo único que tengo es un depósito de gasolina vacío, una muñeca aquejada de microtraumatismos, por el ratón, y el sordo dolor que provoca en la espina dorsal una chepa incipiente. Y una jefa deseable, eso sí. Sabe bien el destino cómo embaucarme, pues no tolero orden alguna que no venga de una fémina apetecible. Alimento así un morbo extraño, y gusto al volver a casa de imaginalla vestida de cuero y agitando fusta cruel. Uno de los complementos con los que más me gusta fabular es la gorra visera de coronel nazi, gorra que por supuesto lleva ella, amén de toda serie de dildos y demás quincallería sexual con los que me somete a férrea coyunda.

Y así, al volver a casa cada día, me alivio en el retrete y me fumo un cigarrillo contento de haber llegado a ser, por fin, un hombre de provecho.