viernes, 18 de abril de 2008

Paciencia Infinita

Por diversos azares de la vida que no vienen al caso conseguí un empleo temporal, concretamente por tiempo de dos días, sábado y domingo a la sazón, desempeñando funciones de ordenanza en una biblioteca universitaria. Mis intentos de volver a trabajar como profesor particular habían sido un absoluto fracaso y sólo me proporcionaron magulladuras en la nariz, fruto del sonoro portazo con que las madres, asustadas de mi apariencia, ponían metal de por medio entre sus hijas y mi persona. ¡Y todo ello a pesar de que, siendo invierno, llevo mi pústula convenientemente oculta bajo el suéter! No acaba de ser ésta una solución convincente, toda vez que mi gata tiene a bien arañarme a traición, no sé por qué, las manos, que no quedan ocultas por el niki, y por tanto se muestran heridas por cicatrices purulentas en las que todo el mundo repara, pero sobre las que nadie pregunta. Y casi oigo el maquinar de su perversa y obesa imaginación, casi se me aparecen las imágenes que se figuran, y en las que me suponen truhán de turbio pasado, navaja fácil y amigo de trifulcas.

El trabajo era sencillo, y por eso complicado. Consistía en no hacer nada más que sentar en una silla durante varias horas, detrás de un mostrador. He conocido empleos sin duda más arduos, pero yo no soy persona que se esté quieta fácilmente, y menos presenciando el desfile de ninfas que entraban y salían continuamente de la biblioteca. Azorado, hube de aflojarme el cuello de la camisa numerosas veces, y me revolvía inquieto en el asiento, presa de violentos sofocos. Por si semejante suplicio no bastare, mi compañera era dignísimo ejemplar de envra joven, qué digo digno, magnífico. Estaba su belleza elevada a la enésima potencia y engranada a su hermosura, que deslumbraba tanto por su excelencia como por lo óptimo de sus rasgos. Y cuando dicho engranaje poníase en movimiento, uno quedaba como hipnotizado y apenas era capaz de balbucir unas cuantas estupideces. Empero, era su alma asaz bondadosa y alegre, y a todo respondía con una sonrisa.

No tardó en entrar en escena el amigo novio, un celoso perro que continuamente la interrogaba con modales bruscos y groseros, y la sometía a castigos cada vez que consideraba que había ella cometido una u otra falta. Sorprendíme de que ella consintiera tal conducta, siendo a todas luces evidente que, con un solo chasquear de sus dedos, tendría a su disposición todo un ejército de temperamentales seguidores que ejecutarían cualquier deseo suyo con devoción de “hassassin”. Lo achaqué a su carácter generoso, que como en tantos otros casos disuade al oprimido de levantarse contra quien le pisotea. Pero también a su tierna edad, pues era ella diez años menor que yo, hecho que por otra parte teníame conturbado. Afortunadamente, me decía, yo alcancé hace tiempo ya la fortaleza de carácter necesaria y suficiente para erguirme contra las injusticias que he de afrontar en mi camino; pero es cierto que no siempre fue así, y es que de joven fui débil y timorato, y dejéme atropellar por grandulones y aprovechados varios, amén de perder numerosas ocasiones de coito juvenil, lances éstos en los que habitualmente era sustituido por esos mismos grandulones y aprovechados varios. Ahora, y sonrío cada vez que lo recuerdo, ahora ya no. Ahora monto en cólera, ahora me indigno, me enfrento a matones y montoneros con el dedo enhiesto y la vena cava inflamada de ira justiciera, es mi brazo ejecutor implacable que barre a mis enemigos, como con el niño ese de los petardos.

Pero no esta vez. Quizá me debilitó el encantamiento a que su supremo olor me tenía sometido, quizá si me hubiera pedido ella socorro, pudiera haber acudido en su auxilio, pero cuando me quise dar cuenta era domingo y se despidieron de mí, no sin antes darme el amigo novio un impertinente apretón de manos. Lo que no sabía aquel imbécil, y es algo que me hace reír cada vez que lo recuerdo, es que mis manos estaban cubiertas de llagas y heridas infectadas por las garras de mi gata. ¡Seguramente se retuerce ahora en su lecho, entre sudores fríos, lívido y desencajado el rostro, presa de la mixomatosis!