jueves, 10 de abril de 2008

Call of Durruty

Infinitamente superior es el nuevo juego que ocupa ahora mis horas, en el que encarno a un soldado ora soviético, ora inglés, ora americano. Afortunadamente es una versión italiana del juego, con lo cual todo el mundo parla cosí, independientemente de su nacionalidad. Para una más intensa vivencia, empleo como banda sonora un dueto de himnos a cual más belicoso: la versión de la pieza de Beethoven que aparece en la Naranja Mecánica, bellamente elaborada con sintetizadores, y el Duel of the Fates de la moderna guerra de las galaxias. Al lado de estas enardecedoras arengas musicales, la cabalgata de las Walkyrias wagneriana parece un amanerado tarareo de Brigitte Bardot, y me siento en verdad capaz de barrer al tercer Reich de un plumazo. Siendo justa la causa, pérfido el enemigo y épico el paisaje donde se desarrolla la acción, he superado los terrores nocturnos que el Doom me hacía padecer, e igualmente paso la vida recluido en mi habitáculo cilindro.

Una gata negra fáceme ahora compañía, y es en verdad bello animal, si bien dotado de muy predadores instintos. Sus juegos consisten en emboscarse bajo una silla o el mantel y saltar como negra heralda de la muerte sobre aquel objeto con el que atraigo su atención. He descubierto además que la mayor parte de los juguetes le resultan indiferentes, prefiriendo sobre todas las cosas morder la blanda carne de mi mano. Y me escandalizo sobremanera por lo sangriento de sus impulsos y juegos, para caer pronto en la cuenta de que no muy distintos son los míos, que se reducen a un simulador de guerra. Disparar, acechar emboscado, el rifle de francotirador es mi juguete favorito. Pero ¡no teman! En sociedad soy completamente inofensivo. Hoy mismo tengo una cita, una juerga drogadicta en casa de un recién emancipado amigo, y en verdad amigo de la infancia, de amplia sonrisa, rudo y viril, canalla y franco al mismo tiempo. Todo indica que debería ir, pero mis eremitas costumbres están ya muy arraigadas, y seguramente prefiera la compañía de mi gata y migo mismo a la de treintañeros solventes.